Cuando los hijos agreden a sus padres de manera reiterada, estamos ante un problema de violencia filio–parental, tipificado como delito. Muchos padres optan por callar, sin embargo, existe recursos para atajar el problema y conseguir que la paz vuelva a reinar en la familia. ¿Qué hacer?
Si resulta difícil admitir que un hijo agreda a sus padres, más aún lo es denunciarlo. Muchos padres evitan este paso por vergüenza, les cuesta reconocer que están siendo maltratados por sus propios hijos. A otros, no les queda más remedio: nada menos que 4.753 padres denunciaron a sus hijos por agresión en 2014, frente a los 4.659 de 2013. Una tendencia creciente, según expone la Sociedad Española para el Estudio de la Violencia Filio Parental. “La realidad demuestra que en la actualidad es un problema creciente. Pero además, los datos que manejamos de la Fiscalía General del Estado esconden una cifra negra considerable, puesto que sólo contemplan aquellos más graves que terminan en denuncia y los cometidos por menores de 14 a 18 años. No podemos demostrar si es un fenómeno nuevo o si ya existía antes del 2000 y ahora se ha visibilizado, lo cierto es que en la actualidad se trata de un problema al que se debe dar visibilidad. El objetivo es que las familias pierdan el miedo a pedir ayuda y puedan reconducir la situación tan pronto como sea posible”, afirma Irene Gallego Abián, psicóloga del proyecto Conviviendo.
¿Por qué ocurre?
Las causas son variadas, según detalla la psicóloga Irene Gallego: los estilos educativos autoritario y negligente favorecen su aparición; así mismo, la falta de coherencia en las normas, la restricción del afecto, una comunicación familiar deficitaria, la discrepancia entre los progenitores en el sistema educativo, la no estructuración del tiempo de los menores, el fracaso o absentismo escolar y la falta de habilidades de gestión emocional en los miembros de la familia, principalmente en los menores, son los factores que propician la aparición de la violencia en el seno familiar. No hay que pensar que es un problema más habitual en familias de clase baja: “Se da en todo tipo de familias independientemente de la clase social, el nivel educativo o económico”, aclara Gallego.
Se manifiesta con toda su gravedad en la adolescencia, pero es en la infancia donde realmente comienza, tal y como revela Irene Gallego, ya que “las madres y padres toleran la violencia durante la infancia, debido a que se puede controlar más fácilmente, pero si no se frena tiende a aumentar”.
Antes de valorar las medidas a aplicar para atajar el problema, es importante preguntarse: ¿cuándo existe violencia filio–parental? Según la Sociedad Española para el Estudio de la Violencia Filio Parental, este tipo de violencia se define así: “La realización de conductas reiteradas de violencia física, psicológica (verbal o no verbal) o económica, dirigida a los y las progenitoras, o a aquellos adultos que ocupan su lugar. Se excluyen las agresiones puntuales, las que se producen en un estado de disminución de la conciencia que desaparecen cuando ésta se recupera (intoxicaciones, síndromes de abstinencia, estados delirantes o alucinatorios) y el autismo o la deficiencia mental grave y el parricidio sin historia de agresiones previas”. Para Mª José Ridaura Costa, psicóloga de la Fundación Amigo, una conducta violenta puntual, ya sea verbal o física, no se considera violencia filio-parental (VFP). “Para hablar de VFP tienen que ser conductas agresivas reiteradas y mantenidas en el tiempo. Por otro lado, las conductas violentas son tanto físicas (empujar, zarandear, golpear, escupir, etc) como verbales (insultos, vejaciones, descalificaciones, amenazas, gritos, etc) y ambas son graves por las consecuencias que causa en quien las recibe”, advierte.
Cómo actuar ante la violencia de los hijos
En la mayoría de casos los problemas de agresividad de los hijos hacia los padres y madres son aprendidos y se mantienen a lo largo del tiempo porque obtiene beneficios (por ejemplo, siendo agresivos consiguen evitar cumplir normas, una bronca o tener que realizar alguna responsabilidad; en otras ocasiones consiguen cosas materiales como el dinero, o refuerzo social como atención. Otro beneficio pueden ser la sensación interna de poder y de control al sentirse “por encima” de sus padres. “Por tanto, ante una primera agresión, verbal o física, lo más importante es que el chico no obtenga beneficios y no consiga lo que quiere. Por ejemplo, si por primera vez ha comenzado a dar patadas porque sus padres no le dejaban salir por la noche al cumpleaños de un amigo, lo importante es no ceder por el hecho de que dé patadas y enseñarle que con esa conducta no sólo no provoca miedo en los padres, sino que además no consigue lo que quiere y, por tanto, no irá al cumpleaños. Además de esto, una vez recuperada la calma es necesario hablar con el hijo e imponerle una consecuencia. Importante también es no justificar su conducta porque verbalice que está nervioso, que tiene problemas fuera, etc. Si esto es así, los padres y madres tratarán de escucharlo y sostenerlo, pero sus mensajes irán en la línea de que eso no justifica su conducta violenta. Estos primeros ensayos son claves para que la conducta se quede en un hecho puntual o empiece a generalizarse y mantenerse”, aconseja la psicóloga Mª José Ridaura. En caso de que la situación se repita y sea imposible de manejar por los padres, los expertos recomiendan acudir a un psicólogo experto en este tipo de problemas. Por ejemplo, la Fundación Amigó tiene en Madrid el “Proyecto Conviviendo”, un servicio gratuito de orientación socioeducativa ante el conflicto familiar.
Perfil del hijo agresor
Aunque existen pocos estudios que determinen un perfil de hijo agresor con los padre, la psicóloga Mª José Ridaura destaca una serie de datos orientativos de los principales trabajos analizados:
1. Sexo: en estudios clínicos y judiciales, aparece una mayor prevalencia de la problemática en chicos que en chicas.
2. Edad: la variable edad provoca mucha controversia entre los profesionales por la amplia variabilidad de rangos de edad empleados en los estudios. No obstante, la mayoría de autores coincide en que el rango de edad con mayor prevalencia de esta problemática es de 13 a 17 años, aunque es un rango muy amplio.
3. Tipo de violencia: en este sentido hay bastante acuerdo entre los investigadores, coincidiendo en que, por lo general, las chicas ejercen contra sus padres/madres una violencia con contenido psicológico y emocional, siendo la de los chicos una violencia más física.
4. Trayectoria escolar: muchos autores coinciden en el bajo rendimiento académico o rendimiento irregular de estos chicos, matizando que “presentan un mejor rendimiento que otros menores infractores pero peor que la población general” (Rechea y Calvo, 2010). Por otro lado, muchos de ellos han presentado conductas agresivas en los centros escolares, y también, en muchas ocasiones, han sido víctimas de agresiones por parte de otros, en el ámbito social, familia y o escolar (González Álvarez, 2011).
5. Consumo de drogas: en esta variable sí existe consenso entre profesionales, coincidiendo en la alta correlación entre consumo de drogas y violencia filio-parental. Es importante matizar que el consumo de drogas no es la causa del maltrato, sino que supone una influencia indirecta por ser un desinhibido conductual y aumentar las discusiones familiares.
6. Trastornos asociados: aunque en la mayoría de los casos la violencia filio-parental (VFP) es un problema aprendido, en algunos casos puede estar asociada a problemas emocionales y/o psiquiátricos, describiéndose como principales trastornos asociados los siguientes: trastorno obsesivo–compulsivo, trastorno de ansiedad y del estado de ánimo, trastorno negativista desafiante y trastorno por déficit de atención e hiperactividad.
7. Grupo de iguales: los chicos que ejercen VFP se relacionan en mayor medida con amigos con conductas antisociales o de riesgo (Kennedy et, 2010; Rechea y Cuervo, 2010; Calvete, et, 2011).
8. Características psicológicas: los estudios de Martin y Dahlen (2004) y de Calvete (2011), describen las siguientes características: distorsiones cognitivas (percepción de la realidad de manera absoluta; creencia de que el mundo es un lugar hostil, soluciones agresivas a los problemas, “las cosas deben de ser exactamente como desean”, justificación de la violencia, creencias de grandiosidad, suspicacia, necesidad de aprobación, necesidad de control y perfeccionismo, baja tolerancia a la frustración y tendencia a la impulsividad, baja empatía y exposición a la violencia.
Centros especializados en violencia filio-parental
– Delegación en Galicia. Telef.: 682701210.
– Delegación en Madrid. Telef.: 914614580.
– Delegación en País Vasco. Telef.: 944741479.
– Proyecto Conviviendo (Comunidad de Madrid): servicio gratuito de resolución positiva de los conflictos entre los adolescentes y sus familias. Actúa en la prevención. Fundación Amigo.