“Mi niño no come”, es la frase más habitual de los padres. Se estima que hasta un 50–60% de los pequeños considerados sanos son malos comedores, un problema referido así por los padres. Es importante establecer pautas de alimentación para que el niño coma.
“Mi niño no come”, es una frase recurrente en las consultas del pediatra. ¿Quién no la ha oído en boca de alguna mamá? Aunque en España existen pocos estudios sobre el tema, los especialistas estiman que es un problema frecuente y que puede ir en aumento. Pero, ¿qué se entiende por “niño mal comedor”? “En la consulta nosotros oímos decir que un “niño es mal comedor” ante situaciones muy diferentes: cuando no come, cuando come poco pero de todo, cuando hace bien unas comidas y mal otras, cuando no quiere lo que se le ofrece, cuando no quiere determinados alimentos, cuando “pica” en la comida o cuando no come con su cuidador habitual“, explica el Dr. Venancio Martínez Suárez, pediatra en el Centro de Salud El Llano (Gijón). Cuando el médico investiga la situación descubre que el niño tiene casi siempre cubiertas sus necesidades, “lo que ocurre es que no cumple las expectativas de los padres y esto altera –a veces notablemente- la vida familiar”, aclara el pediatra.
Niños propensos a comer mal
Habitualmente, los niños que más dificultad presentan a la hora de comer son los menores de tres años, los cuales pueden tener fuertes preferencias alimentarias que limitan el número de alimentos que ingieren, comen lentamente o lo hacen con berrinches, vómitos o tirando la comida y los cubiertos. A partir de los tres años, el problema suele desaparecer y la situación se normaliza. “Si persiste el problema, éste pasa a manifestarse de otra forma. Por eso es fundamental que los pediatras identifiquemos precozmente estos casos y ayudemos a los padres a superarlos de la forma más adecuada. El problema debe ser transitorio y lo más corto posible. En ese sentido, transitorio significa hasta 2 años de persistencia; más de 2 años significa riesgo nutricional, estos casos persistentes muestran en algún trabajo una correlación positiva con trastornos orgánicos y psico-emocionales”, advierte el pediatra.
¿Por qué no come el niño?
La inmensa mayoría de los casos de niños malos comedores representan una forma normal del desarrollo y reflejan una forma diferente de comer. “Esto lo deben de saber los padres para que no sientan el problema como algo mayor de lo que es”, insiste el pediatra.
– Causas orgánicas. Existen una serie de causas orgánicas por las que el niño no quiere comer: por infección y por enfermedades diferentes, como las endocrino-metabólicas, las gastrointestinales, las neurológicas, las anorexias por déficits nutricionales –de hierro y zinc, sobre todo-, los tumores o las cardiopatías.
– Causas psico-emocionales. Destacan las ocasionadas por pobreza y carencia afectiva, estas últimas precisan habitualmente de estudios para confirmar el diagnóstico y para valorar el estado nutricional.
– Fobias y aversiones. Otras situaciones que hacen que el niño no coma son las aversiones alimentarias sensoriales, con rechazo a determinados sabores, texturas, a la temperatura o al olor de determinados alimentos; las neofobias, definidas como el rechazo a la introducción de nuevos alimentos; y el miedo al atragantamiento, o fobias específicas, relacionadas con un atragantamiento. “Reconocer estos trastornos es muy importante ya que pueden necesitar un tratamiento conductual intensivo y a veces prolongado”, indica el Dr. Venancio Martínez Suárez.
Recomendaciones a los padres
Hay que enfrentarse a estas crisis del desarrollo de nuestros hijos con tranquilidad y sentido común, de forma responsable y sin dejar que sea el niño el que lleve la iniciativa. “Y, por supuesto, en caso de dudas consultar siempre con el pediatra, por mucho interés que puedan tener nuestras amistades y familiares en ayudarnos a resolver el problema”, aconseja el especialista. Además, pueden ser de utilidad las siguientes pautas:
1. Fomentar e implantar la lactancia materna mientras es bebé.
2. Introducir poco a poco nuevos alimentos, siempre bajo la supervisión del pediatra, y fomentar una alimentación independiente.
3. Ser conscientes de que es un problema frecuente, casi común a todos los niños en los primeros años de vida.
4. Establecer un plan de horarios y rutinas más o menos fijo con la orientación del pediatra. Limitar la duración de las comidas a un máximo de 30-35 minutos.
5. Los progenitores deben ser los que decidan cuándo, dónde y qué se come y los niños los que decidan la cantidad que quieren comer.
6. Evitar las distracciones durante las comidas (no deben comer con la televisión, esto hace que no se concentren en el acto de comer).
7. Aplicar el plan con constancia y paciencia.
8. Actuar todos –padres, abuelos, cuidadores– en el mismo sentido y con las mismas normas.
9. Evitar que el pequeño imponga alternativas inadecuadas o reciba refuerzos improcedentes (no darle premios cuando no se los merece).
10. No darle aperitivos o golosinas antes de cada comida.