Con la intención de fomentar el buen trato infantil, se ha editado la “Guía Práctica del Buen Trato al Niño” bajo la supervisión de médicos y con el apoyo de la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria (SEPEAP), la Asociación Española de Pediatría (AEP); la Asociación Madrileña para la Prevención del Maltrato Infantil (APIMM); la Fundación Prandi de Pediatría Extrahospitalaria; la Sociedad de Pediatría de Madrid y Castilla – La Mancha, y la Sociedad Española de Pediatría Social (SEPS).
En el manual se recogen los signos que muestra un niño que puede estar sometido a malos tratos, algo fundamental para detectar este tipo de situaciones. Además, se explica cómo deben ser tratados los pequeños en los centros sanitarios para respetar sus derechos, o en dependencias policiales, en los colegios, lugares de ocio (restaurantes, cafeterías, etc.), en los centros de acogida o en los medios de comunicación.
También es importante conocer los signos que puede mostrar un niño maltratado, así como el perfil del maltratador: “Los maltratadores suelen reunir tres características: tienen baja tolerancia a la frustración, perciben la conducta de sus hijos como estresante y son personas socialmente aisladas (con pocas habilidades para las erlaciones sociales)”, indica el Dr. Jesús García Pérez, de la Unidad de Pediatría Social del Hospital Universitario Niño Jesús de Madrid y coordinador de la Guía Práctica del Buen Trato al Niño. Este mismo experto ha insisto en la necesidad de escuchar a los hijos y “no utilizar el azote como medida disciplinaria porque no sirve de nada”.
“No damos seguridad a los hijos, ellos demandan abrazos; y también es importante estimular el sentido de la utopía con cuentacuentos (como las historias que cuentan los abuelos)”, ha señalado el Dr. García Pérez.
Ideas fundamentales en educación familiar
La Guía Práctica del Buen Trato al Niño recomienda a los padres tener en cuenta los siguientes factores para favorecer al desarrollo evolutivo del niño:
– Comprender el comportamiento de los hijos en diversas situaciones teniendo en cuenta la etapa evolutiva en la que se encuentran.
– Ajustar las expectativas sobre el comportamiento de los hijos en función de sus diversas características de edad y circunstancias personales, lo que facilitará desarrollar el respeto mutuo entre padres y madres e hijos y un clima de relación positivo para la convivencia familiar.
– Configurar una adecuada valoración de uno mismo como adulto que contribuya a generar la asertividad y la seguridad personal, necesarias para afrontar los diversos retos de la vida familiar, personal, laboral y social.
– Regular las emociones en momentos de inquietud, tensión o conflicto familiar, de modo que se facilite encontrar respuestas adecuadas a la situación planteada y respetuosas con las necesidades de las personas implicadas.
– Fomentar en los hijos la aceptación de sí mismos, tanto en lo que respecta a sus potencialidades como a sus limitaciones, para que puedan configurar patrones de pensamiento y de conducta cooperativos tanto en el ámbito familiar como escolar y social.